Aloe vera

 

Tengo una maceta de aloe vera que me encanta, es como el gato, independiente. No hay que regarla mucho, o mejor, casi nada, así es que cuando me voy a Launza sigue creciendo en su rincón independientemente de mi presencia.

Los chinos fueron los primeros en descubrir sus cualidades, en el Antiguo Egipto la consideraban la planta de la inmortalidad y estaba incluída en los regalos funerarios que enterraban con los faraones. Se ha escrito que Alejandro Magno conquistó la isla de Socotores, en el sur de Arabia, por la gran cantidad de aloes que servirían para curar las heridas de sus soldados. Cleopatra la usaba diariamente en sus cuidados. En el siglo I Doscórides la describió en un herbario griego por sus virtudes medicinales y cosméticas. Los Franciscanos españoles la trasladaron desde nuestra tierra a América. Se utilizó durante la II Guerra Mundial y, también, para curar las quemaduras causadas por las explosiones atómicas en Hiroshima y Nagasaki, se curaban más rápidamente y sin dejar cicatrices. La NASA la utiliza porque absorve el 90% de la toxicidad de algunas sustancias. Se cree además que trae buena suerte.