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Bolo, asomándose desde el 4º piso, por la escalera. |
Cuando pensé y decidí comprar un gatito (todo en un segundo) me gustaba uno negro:
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Ese, por favor, que bonito !! Le dije a la dependienta de la tienda de mascotas.
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Lo siento, es gata.- me dijo ella.
Yo estaba empeñada en que fuera macho porque la castración es mucho más sencilla.
Aquel día no lo compré. Pensé adoptar uno de Lanuza o de la Protectora, pero me dijeron que era preferible que fuera pequeño para que se adaptara a mi.
Volví otro día. Allí estaba él, tan chiquitín e indefenso que lo quise nada más verlo. Los otros gatos le pasaban por encima. Era blanco pero no me importó. Cuando llegó a casa teníamos miedo de pisarlo y le puse un cascabel, parecía una bolita de nieve y así le puse el nombre: Bolo.
Ahora, sus pelos blancos se agarran a mis pantalones negros como imanes.
No me sirve el cepillo de Remo, nuestro perro que murió hace cuatro años. La cinta adhesiva algo hace, pero no mucho, así que mirando por Internet he encontrado alguna solución más:
- Un rodillo mojado; guantes de fregar puestos en la mano y coger los pelos; calcetín o media puestos también en la mano; una toalla húmeda; una esponja sintética; escoba de goma; bicarbonato sódico y por supuesto una buena aspiradora, además de cepillarlo y bañarlo si se deja.
Me hizo mucha gracia cuando leí que alguien se quejaba de los pelos de su gato:
- Estoy harta de ver pelos !!
- La culpa es tuya por no limpiarlos, no del gato.- Buena respuesta.