Siempre que baja el agua, me gusta pasear por la orilla del embalse. Parece que, entre las piedras terrosas, hubiera de estar esa parte de nuestra vida que nos arrancaron. Una tabla carcomida que en su día fue un brillante aparador, hierros retorcidos y oxidados medio enterrados, pero sobretodo troncos momificados de tantos árboles que el agua se comió... como se tragó la primera parte de nuestra historia, trazando un punto y aparte... muy aparte.
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