En otros pueblos deshabitados es habitual ver los cementerios en total abandono. En Lanuza se conservó, protegió, recordó y visitó sin interrupción. Al tener que marcharnos se hizo una fuerte puerta de hierro y se cerró, eso evitó posibles saqueos, como cada vecino teníamos una llave no faltaron las visitas. Seguramente, durante el exilio, fue el recinto más respetado de todo el pueblo cuyo expolio se hizo tristemente famoso.
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