Un curso muy feliz.

Gloria, el día de su comunión.

Mis niños y yo.

El 20 de octubre de 1972 recibí un telégrama que decía: "ADJUDICADA PLAZA MAESTRA PASE ESTA DELEGACIÓN PROVINCIAL RECOGER NOMBRAMIENTO", sin más explicaciones y sin saber el destino, pero no me importó en absoluto, yo quería plaza, en dónde fuera me daba igual.

El 24 firmé en la Inspección de Lérida el nombramiento. Me recibíó el inspector como era obligatorio para acceder a cualquier plaza del Valle de Arán, por la proximidad a Francia (me dijo) y su situación geográfica. Mi escuela estaba en el pueblecito de Arrós. El sueldo anual: ciento cuatro mil cuatrocientas ptas (tardaron tres meses en pagarme).

El 25 cogí el autobús. Llegué ya tarde pero pude entrevistarme con el director del grupo escolar de Viella. A la mañana siguiente, en un taxi, me presenté al alcalde de Vila y Arrós. Me tocó esperar un rato pues estaba en el campo. En Arrós todos me esperaban muy contentos, en la plaza. Me acompañaron, me enseñaron todo, me recibieron tan bien que nunca lo olvidaré. No me importó vivir sola en el piso destinado como vivienda para la maestra. Me trajeron mantas, perolas ... de todo lo que yo no tenía en aquel momento. Me metí por las cuadras entre las vacas para saludar al alcalde pedáneo que estaba ordeñando, Antonio,  y me sentí la más feliz del mundo.

La vivienda era un caserón enorme. A la derecha estaba el aula y a la izquierda mi piso. Por arriba unas falsas grandes y por abajo lo que fueron cuadras. Jamás tuve miedo. Ahora la han rehabilitado y es el Consell del Valle, o algo así.

No me faltó nunca de nada. Nada es NADA. Leña, comida, leche, cariño.

Si mataban un conejo me traían una pata. Huevos. Caldo caliente. Me sentía querida.

Mis niños siempre estaban conmigo, dentro y fuera de clase. El piso era el lugar de reunión de todo el mundo. Me llamaban la señorita maña y tuve que mediar en algún conflicto del pueblo. No me dio tiempo a aprender el dialecto aranés. Marcos me regaló una radio pero sólo podía coger emisoras francesas. 

Recuerdo con especial cariño a Gloria, tenía cinco años y una manita inútil de nacimiento. Murió años más tarde de cáncer, cuando sólo tenía doce. Y también a Rafael, retrasado mental ya mayor, que me hacía sacos y sacos de tea para encender porque cada vez yo le daba cien ptas y le hacía un huevo frito. Jaime, que tenía cinco años y con el que hablo de vez en cuando por teléfono. Mari Carmen, mi alumna mayor y amiga ... uno por uno no terminaría.

Cuando Marcos venía a verme le encantaba hablar de ganadería con todos ellos.

Vinieron a nuestra boda.

No fue la cantidad de tiempo, sino la calidad, lo que valoro como el año más feliz de mi vida.