Se ha terminado la algarabía en el corral, el ajetreo de llevar gusanos, las alegres llamadas de los padres y el jolgorio de los hambrientos pajarines. Ayer saltaron del nido los cuatro. Su madre los llamaba uno a uno para hacerlos salir del corral, le costó todo el día, pero por la noche ya los tenía reunidos en un agujero de una pared de la calle. Pensamos que eran un bocado seguro para los gatos y como última medida, pues intentamos meterlos otra vez en el corral,les puse una barquilla encima para despistar a los gatos y perros. Esta mañana estaban vivos y reanudando su marcha. ¡Que emoción! Ahora, como los hijos, volarán cerca de los padres, pero será su propio rumbo el que tomen muy pronto.
Me queda el nido de las golondrinas como consuelo.
Hola, ¡Que ya te estaba poniendo falta!. Aunque no te diga nada es por falta de tiempo, pero sigo tu blog y tus vivencias.¡que bonito haber seguido el nacimiento de unas nuevas vidas!
ResponderEliminarCreo que nosotras no vivimos el síndrome del nido vacio, porque "afortunadamente" aunque nuestros hijos hayan volado del nido, y es natural que lo hagan, los seguimos sintiendo a nuestro lado.
Laura, es verdad, tenemos la suerte de que vemos sus vuelos y comparten sus caminos con nosotros. A veces somos espectadores, otras participamos y siempre nos sentimos orgullosos.
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