Las Cotatiechas

Cuando ha llegado el sol a la ventana he cogido el palo, la gorra , la máquina de fotos y he decidido ir hasta el campo querido: Las Cotatiechas.

Cruzando la presa y viendo, una vez más, el reflejo en el agua he llegado a la carretera de Francia.

Desde este lado siempre hay coches parados haciendo fotos. Se terminan de marchar unos motoristas a los que no me he atrevido a fotografiar.

Subo por la pista de Yaya Mina (mi madre). La llamamos así porque la abrimos con lo que a ella le tocó de la venta de su casa de Espierre, el camino que va al campo está destruído a causa de la presa y la carretera. Estaba orgullosa de ver que había servido para algo importante. 

Las Cotatiechas. Años atrás lo sembraban todo de patatas para venderlas, yo sólo lo vi de hierba.  El abuelo estaba muy orgulloso de este campo.

El rincón querido. Es como una cueva hecha de árboles. Aquí subíamos a comer cuando se permitía encender fuego para asar unas costillas y no nos habían devuelto nada en Lanuza. Cada domingo lo pasábamos aquí y veíamos el pueblo enfrente. Mientras yayo Melchor y Marcos echaban una siesta,  mis hijos, entonces pequeños, y yo subíamos a beber agua de la fuente. Que bien se lo pasaban corriendo !!

Aquí descansa Remo, nuestro perro, fiel amigo.

Aquí está Genoveva, la periquita, la compañera de Genaro, el periquito que sigue  conmigo, e igual que Bolo, subimos y bajamos de Jaca a Lanuza los tres, así que entre jaulas y bolsas casi da miedo salir.

En este rincón privilegiado lleno de flores está una parte de las cenizas de Marcos, en su tierra, en su campo, en el lugar que él más quería. La otra mitad están en el cementerio de Jaca porque allí reposan sus padres y porque yo quise tenerlo.

La mata de boj hace de separación. A la derecha está Remo y abajo, a la izquierda, está Marcos. Son dos pisos o fajetas bien diferenciadas. 

Vuelvo a bajar por la pista de Yaya Mina hasta la carretera. Al otro lado está Lanuza.

Cruzando la presa regreso a casa.
Está haciendo un día precioso. María Bailón se ha llevado al cierzo entre sus sayas blancas y el puerto de Portalet aparece despejado del todo.
Ha sido el paseo imprescindible, el que me faltaba. Normalmente lo hacemos en coche, pero estoy contenta de haber ido andando en compañía de mis recuerdos y escuchando lo que cada piedra me contaba, porque ellas no han olvidado las pisadas de tantas generaciones.